21/9/11

mirror - mirror

En el éxtasis de lo sensitivo al fin alcancé lo que tanto busqué.
Me fue difícil dormir. Me hice creer que fue por cambiar de nivel tras años de permanecer en esa cómoda estable rutina del descanso. Aún así, podía seguir imaginando mi rostro mostrándose feliz. Giré varias veces sobre el mismo hueco que mi peso había generado con el correr del tiempo. Me destapé y volví a tapar tantas veces como lo que duró mi paciencia me lo permitió. Me precipité hacia el espejo y lamentablemente no sólo noté que la sonrisa de mi rostro se desdibujó.
Instantes antes me faltó el aire, transpiré, me agité y me sofoqué. Un inminente deseo de comunicarme con alguien más buscaba salir como grito desde lo más profundo de mi adentro. Sentí soledad. Esa sensación terminó sacudiéndome en un horrible espasmo y allí me encontré, sentada frente al espejo.
Hoy la simple e imposible idea del recuerdo me aterra.
Hace bastante que nació un rechazo por mi reflejo, algo así como un pánico escénico frente a mi misma y no saber como actuarme. He incluso evitado cuadras repletas de espejos en vidrieras o puertas con tal de no tener que enfrentarme con mi otro yo.
Con el tiempo lo que alguna vez empezó como un capricho, como un juego, se convirtió en una necesidad a cumplir para poder sostener un balance y no experimentar tal vez un quiebre mental. Se convirtió en mi desafío, en mi propósito, en el juego que yo y sólo yo conocía y me aislaba de la realidad inversa visual narcisista de la sociedad.
Sola. Yo con mi otro yo. Cuando pensé en la posibilidad de estar despierta en una pesadilla busqué señales en mi reflejo que me hicieran bajar a la realidad.
Me miré, me observé. Encontré algo curioso en mi rostro y poco tiempo pasó, casi nada, hasta darme cuenta que veía las partículas que componían mi cara. Mordí con fuerzas mis labios para no soltar el grito que volvió con fuerza a oscilar tratando de escapar.
Intenté cambiar la vista de lugar, pero fue en vano. El reflejo se había apoderado de mi realidad. Busqué mirar mis manos, y ví las suyas, las otras mías.
Desesperé. Ya no sólo veía lo que no quería ver, si no que sentía la desgarradora separación en la piel, en la carne, en todo mi ser.
Al fin el grito sucumbió por dentro. Puedo afirmar que viví para sentir morir. El grito disipó todo rastro de unión que quedaba en mi razón.

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